¿Qué tiene que pasar para despertar a todo lo que la infancia pesa en nuestros días? ¿Quién ha de sacudir el telón de la vida diaria para extraer de ella el polvo cifrado del miedo? Un golpe para despertar de golpe. Un golpe para despertar, no de lo que se es, sino a lo que se esconde tras la soledad que hasta entonces no había tenido cara. Hay que escribir para llenar el hueco, para tapar los orificios de la máscara y ya no reconstruir lo roto ni erigir con las mismas piedras una casa nueva. No es el ardor de la piel, no el tono rojizo que adquieren las tardes. Es otra cosa. Es como si detrás del vaho blanco estuviera no la orden, la invitación, ni el ruego sino los dardos de palabras apuntando todos a una diana con rostro, con mi rostro. La noche pare una angustia nueva, irresoluble.
A los cinco años creía que sólo le temía a las arañas y aun así las paseaba por mis brazos, hoy sé que más me daba miedo el silencio de mi padre que antecedía peligros más grandes. Y le seguí temiendo al silencio de los otros. Sin saberlo, sin querer hallar y sin querer provocar la ira desperté al viaje. La mejilla sigue intacta, es herida abierta hacia mí misma, pregunta con respuesta clara: NO. Muchos hastadóndesdemasiado volaban como mosquitos en mitad de la madrugada, y no pude matarlos. Quién podría no llorar ante uno mismo en el espejo, dejando de ser persona para volverse cosa de tan viva casi muerta. Y claro, pensar 'eso no me va a pasar nunca' mientras pasa. Encogerse, dejar de buscarle nombre. Minimizar el hecho como castigo autoimpuesto. Merecerlo y no. ¿En qué medida somos responsables de lo que nos acontece? ¿Resbalar con una cáscara de plátano es nuestra culpa? ¿Berrear es nuestra culpa? Construir puentes débiles para cruzar sin temor el río, ése es un problema. Perder el control es dejar que el otro pierda el control. Hallar contestaciones para dudas nunca formuladas. Hablar mucho para hacer silencio. No soportar la idea de que uno ha logrado apenas poco. Decir amor es un insulto. Duermen los niños que no tengo y la niña que soy grita para recuperar la voz; no lo logra. Mi cabeza bajo las ruinas de un salón decorado con absurdos regalos del día siguiente para salvar la pena. Sacarla, quitarle el polvo de los ojos. El primer paso es el camino.
Archivos inconexos, ramas caídas que no harán leña nunca: los días perfectos no existen. La violencia amanece. Amanece siempre y tiene cara de inocencia.
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