martes, 30 de junio de 2015

Pienso tanto en Buenos Aires

Pienso mucho en Buenos Aires. Tanto. Pienso en mis sitios y en la que yo era cuando entonces. El café La Escalera, en 25 de Mayo, la lluvia, la forma de salir a la calle con tanta agua cerca. Pienso en mis sitios: El Bellagamba de Acuña y casiCórdoba, el Club de la Milanesa, Córdoba (otra vez) volviéndose Estado de Israel camino a lo de Clari para el taller. Pienso en Crámer y Mendoza, en Pampa y la Vía -mi último mes en esa ciudad, descripción gráfica-. Libros REF. El otro Bellagamba, de Fitz Roy. El café aquél donde me reuní con Garramuño que me preguntaba por qué quería volver tanto. Y ahora tengo tantas respuestas en el sitio adecuado. En los domingos en que recorrí Santa Fe hasta dar vuelta a la izquierda y enfilarme a casa. En lo irreal que me parecía el viaje de vuelta. En las lágrimas de mi amiga Xin. En Cris y Maru yendo a dormir conmigo una noche antes, para no sufrirla tanto. En el desayuno en Cocu, en Ninina o en cualquier bar. El café con medialunas que tanto me hartaba pero ahora añoro. Pienso en el tango de La Viruta y mi amor de esa noche, sobre el que también querría contarte. en ese título que ahora me significa tanto: Tener lo que se tiene, ¿qué tengo? Pienso en todo lo que tuve que pasar para llegar al día en que nos encontramos.

En La Reserva y en el río que me seducía tanto con su agua gris: no todo es claro pero fluye. Dónde empieza el Sur, dónde termina. Pienso en este poema:
Los chicos ponen monedas en las vías,
miran pasar el tren que lleva gente
hacia algún lado.
Entonces corren y sacan las monedas
alisadas por las ruedas y el acero;
se ríen, ponen más sobre las mismas vías
 y esperan el paso del próximo tren.
Bueno, eso es todo.
En que un día me gustaría hablar horas y horas contigo sobre él. Sobre esa sensación. Esa poética. Pienso en las vías que atravesaba para ir a la Eterna Cadencia. En las vías imaginarias que atravieso todos los días. En mi miedo de olvidar los nombres de las calles y las rutas antes de que pueda volver. En que esa ciudad se quede cada vez más como una imagen borrosa allá, al fondo de un visorcito rojo. En que necesitaríamos tanto tiempo para que yo te contara estas cosas, tanto tiempo para llevarte a pasear y verte sonreír y caminar hasta no poder más con los pies, hasta tener ganas de sentarnos en Lo de Roberto a escuchar los tangos que canta Pajarito y pedir un vino y una picada. En que hay tanta vida y tantos libros y tantas palabras y tan poco pero de verdad tan poco tiempo.

Sí. Eso es todo.



Me comí un chicloso

Me comí un chicloso y se me cayó la amalgama metálica de la muela. Qué sigue.

viernes, 26 de junio de 2015

Las abuelas que comen mango con gusanos

Leí en un libro de Brenda Ríos de una abuela que se comía  los gusanos del mango. Me sorprendí con la imagen porque mi abuela también.  Se los comía y dejaba que el jugo corriera por las comisuras de sus labios, por sus dedos artríticos, y sonreía …Pero si saben a mango, decía divertida sabiendo lo mucho que nos perturbaba verla. Mi abuela que también hacía chocolate pero un día ya no pudo salir a barrer el patio ni regar las plantas.