miércoles, 8 de junio de 2016

Can we do it?*

 



Fue durante la década del cuarenta, en plena Segunda Guerra Mundial, que surgió la famosa imagen del We can do it:  muestra a una mujer trabajadora con blusa de mezclilla y paliacate de puntos. Nosotras podemos, dice, porque durante esos años era necesaria la fuerza obrera femenina para sostener a las industrias en ausencia de los hombres que iban a los campos de guerra. Era necesario sacar a las mujeres de sus casas y llevarlas a las fábricas para que la economía no colapsara. Trabajen, señoras, para sostener a la patria.

Hacia los ochenta, esa misma imagen fue retomada como emblema de poder y fuerza por algunos grupos feministas. Se olvidó, sin embargo, que luego de la guerra vino todo un esfuerzo por revalorar a la familia: el país necesitaba más que nunca ciudadanos de bien y, con los hombres de vuelta, la tarea femenina era la de procrearlos y cuidarlos. Los espacios que las mujeres ganaron en el ámbito público no estuvieron acompañados de un reparto más equitativo de las tareas domésticas: salir a trabajar no eximía de cumplir con las actividades de un ama de casa ejemplar. O sea, sí que siguieran trabajando pero que también se regresaran a limpiar sus casitas, pues, que ya las tenían medio desarregladas.

         Pensar que hoy el panorama es muy distinto es por lo menos ingenuo. Existe un sinnúmero estudios en los que se señalan temas como la brecha salarial (en México las mujeres ganan entre 15 y 20% menos que los hombres) y las diferencias entre las horas que hombres y mujeres inmersos en el ámbito académico dedican al trabajo doméstico[1]. El trabajo de cuidado sigue siendo delegado principalmente a las mujeres y se imbrica con una idea del amor en la que la figura de la madre devota de hijos y marido implica necesariamente una posición de renuncia o, en todo caso, de ampliación de obligaciones y responsabilidades.

         
         Toda racionalización que se pone sobre las emociones implica hacer ideología, insertar en un sistema. De alguna forma eso nos saca de ser animalitos que andan corriendo libres por el bosque en busca de los mejores especímenes para la progenie. El concepto occidental tradicional común del amor, ése que se celebra el 14 de febrero con corazoncitos, peluches y chocolates, implica dos salidas, la del enamoramiento y la del sostenimiento de una familia; se inserta en un sistema capitalista y heteropatriarcal que se sienta sobre la base de la plusvalía y el trabajo. Silvana Federici es muy lúcida cuando enuncia las problemáticas derivadas de la individualización de los trabajos de cuidado en la época contemporánea. No es descabellado pensar entonces que el trabajo doméstico no remunerado, predominantemente femenino, es el soporte de toda una estructura de explotación común:   “El capitalismo se apropió del trabajo no pagado, se construyó sobre la degradación del trabajo de reproducción y del cuidado. Pero no es un trabajo marginal sino el más importante, porque produce sobre todo la capacidad de la gente de poder trabajar”[2]. Se reviste de cariño lo que, además de serlo, implica también una labor que permite que el sistema económico siga funcionando: en la mayoría de los casos son las mujeres quienes se encargan de cuidar a los hijos, a los ancianos, de proveer a las familias del bienestar necesario para que todos sus miembros realicen actividades productivas y ese trabajo inicial se oculta o se desvaloriza. Termina siendo la tarea de una sola persona lo que tendría que pensarse a partir de condiciones laborales o de soporte social que resolvieran eso que en realidad compete al colectivo. Ah, pero querían tener hijos y además trabajar, ¿no?

          
          Cuando se habla las strong and independent women y de liberación femenina es común que esto se haga a partir del movimiento de liberación sexual de los setenta en Estados Unidos: hombres y mujeres comenzaron a ejercer, más o menos libremente, su sexualidad y, en el caso de las mujeres, esto supuso cierto dominio sobre el propio cuerpo. Pero la píldora anticonceptiva y la virtual posibilidad de coger con quien fuera no vinieron solas: para contrarrestar esa libertad, la moral tomó más fuerza que nunca: el mito romántico del sexo por amor: hacer el amor y no coger: involucrar los sentimientos.  Es común que a nosotras se nos siga diciendo que el ejercicio de la sexualidad debería implicar necesariamente a nuestras emociones, lo que supuestamente no siempre sucede en el caso masculino.

          Esas diferencias nada sutiles en la educación son las que marcan otra diferencia que, aunque invisibilizada mediante múltiples estrategias, redunda en una idea de liberación que se encuentra estrechamente relacionada al deseo masculino. La lencería y la pornografía típica. Chichis pa’ la banda. La industria del sexo y el erotismo que asume a las mujeres principalmente como seres que pueden ser deseados, y no necesariamente como seres deseantes.

           Tenemos entonces que, además de cuidar lacasaloshijoselmaridoelperrolosabuelos, las mujeres que logran escapar de esta perspectiva del amor y quieren ocupar espacios en la vida pública deben luchar por obtener un trabajo en el que les paguen el mismo varo que sus colegas hombres, por lugares equitativamente distribuidos en todos los ámbitos —para eso sirven las cuotas de género, batos— por que sus producciones —si hablamos de arte, literatura, ciencia o en realidad cualquier área— sean valoradas y debidamente reconocidas.

       Si esto no fuera suficiente, hay que añadir un asuntito más: las muchachas tenemos que ser bonitas, arreglarnos, no “descuidarnos”. Hacer dieta. Pensar en qué ropa tenemos que ponernos para determinada ocasión —todo menos estar fuera de contexto, todo menos salir con una blusa demasiado colorida para una ceremonia sobria. Sonreír. No ser groseras, no gritar, no enojarnos, no histeriquear. Que no se note que estamos en nuestros días. Las mujeres tenemos que ser tiernas y dulces y amorosas. Y si nos asumimos feministas, pues hay que ser feministas tranqui, como Emma Watson, no feminazis, porque eso es hembrismo y pues está mal. (Sí. Obviamente está mal, y obviamente no lo queremos, y obviamente nuestras luchas van mucho más allá de una simplificación como esa. Si les interesa, me avisan y les mando unos pdfs bien buenos que tengo por ahí de feminism for dummies, les explicaría pero no me alcanza el tiempo. Ya les dije: tengo que cuidar mis plantitas y limpiar mi casita y pintarme los ojitos.) Lo que sí, es que después de pensar en todas estas cosas a ustedes y a mí nos queda muy claro lo libres y poderosas y fuertes que hemos llegado a ser las morras, ¿a poco ño?






[1] En la página del Programa Universitario de Estudios de Género (UNAM) pueden encontrarse algunas estadísticas que evidencian estos fenómenos. http://www.pueg.unam.mx/index.php/formacion-academica/diplomado/11-equidad-de-genero/57-numeros-y-genero

[2] Lo dice aquí http://desinformemonos.org.mx/no-puedes-resistir-a-la-opresion-si-no-tienes-confianza-en-que-otros-lo-haran-contigo-silvia-federici/ y en un chorro de lados más. Yo que ustedes me echaba la entrevista completa, nomás por no dejar.

1 comentario:

  1. Buena entrada; en particular, si es que algo puedo dar como comentario es que:

    “El capitalismo se apropió del trabajo no pagado, se construyó sobre la degradación del trabajo de reproducción y del cuidado. Pero no es un trabajo marginal sino el más importante, porque produce sobre todo la capacidad de la gente de poder trabajar”.
    Es una aseveración difícil de sotener por donde se le vea: la primera parte porque la degradación del trabajo de reproducción y del cuidado se dió mucho antes que la existencia del capitalismo, y en todo caso, es una herencia que el capitalismo perpetua. La segunda, yo no alcanzo a ver la apropiación del capital de parte de ese trabajo, al menos no de manera directa. Para una aseveración de ese estilo, creo que sería necesario exponer en que medida forma parte del costo de fuerza de trabajo y si es representativo a nivel social de producción; y esto complica la validez del resto, que produce la capacidad de la gente para trabajar.

    Espero que con lo anterior no se asuma que mi posición es machista, heteropatriarcal e imperialisto, sino todo lo contrario. Esta discusión la considero relevante y debe ser llevada a muchos rincones, pero por lo mismo, uno tiene el compromiso de, si se le va a dar una cobertura teórica, que esta sea sólida.

    Buen día nay.

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