viernes, 1 de mayo de 2015

Hormigas negras y hormigas rojas


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Salí con Esme a la tienda, de regreso paramos en el parquecito y nos sentamos a platicar un poco. Le conté de mi abuela muerta hace ya más de diez años, de la fiesta de cumpleaños que no tuve porque ella no alcanzó a preparármela, del miedo atroz que tuve al meteorito que pasó cerca del planeta por esas fechas. «Para qué me preocupo por eso si tal vez para entonces ya no voy a estar», dijo mi abuela, y ésas fueron de las últimas palabras que le escuché.

Antes de continuar la vuelta a casa vi por un segundo la fila de hormigas rojas que se perdían en una grieta de la jardinera y recordé otra escena. Recordé que me paseaba curiosa por el patio, todavía de tierra, mientras mi padre preparaba la comida. La puerta estaba entornada, olía a tomate frito, a pasta con crema. Se escuchaba alguna música, tal vez José José o Rocío Dúrcal, allá en el fondo. Tomé un palito e interrumpí con él el camino de las hormigas, que lo treparon. Cuando lo levanté, un par cayó al suelo; una o dos que quedaron avanzaron por mi mano, la última se detuvo en la yema de mi dedo índice y me mordió fuerte. Mis asustados cuatro años gritaron como pocas veces y mi papá salió corriendo. Se puso de cuclillas y me rodeó con el brazo, luego envolvió mi dedo con una servilleta de papel. Pensé que seguro no me serviría de nada, pero como la intención de él era buena entonces haría como si sí para no desilusionarlo. El llanto dio paso a los sollozos, y luego a mirar de nuevo la fila de hormigas que ya había retomado el trayecto. Él se fue a mover la sartén y yo seguramente me busqué otro juego.

Con las hormigas negras, en cambio, tuve otro entendimiento. Una prima me enseñó a aplastarlas para quedarme con su olor tan peculiar en la piel. Así lo hice una ocasión en el jardín, cuando éste ya estaba cubierto de pasto. Papá no estaba, mamá trapeaba la sala: además del insecto entre mis dedos, olía a limpiador de pino.

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