Sara Uribe (1978) estuvo en Querétaro (su ciudad natal, aunque pocos lo recuerden, dice) para dar un curso sobre reescrituras. Aproveché la ocasión y, además de asistir, le pedí una entrevista para Enter Magazine, aquí los resultados. Pedimos té de guayaba, charlamos un poco. Cuando voy a empezar a grabar, comienza la música en vivo, luego se larga a llover un aguacero inusual en marzo y es imposible iniciar la entrevista por el ruido. En medio del agua, nos acercan al hotel de Sara; en el restaurante nos ponemos en la mesa más alejada del patio y el mundanal ruïdo.
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Fotografía por Anaclara Muro |
Y: ¿Dirías que tu poesía responde a alguna exigencia contemporánea? ¿Los tiempos en los que vives te demandan crear algo en específico? Me interesa saber cómo entiendes la relación con tu época.
S: Como una demanda o una exigencia no lo ubicaría…
Interrumpe la mesera: señorita, ¿toma azúcar regular? ¿azúcar o edulcorante?
S: Así está bien, gracias. Puedes poner eso: Señorita, ¿su poesía con azúcar regular o edulcorante? Sería una gran respuesta (risas y continúa). No, la verdad es que no me siento obligada a escribir un tipo de poesía en particular. Creo más bien que los tiempos en que vivimos, la realidad del país y del lugar donde radico, me han abierto la posibilidad de hacer una revisión sobre los temas que quiero tratar y también sobre las formas que deseo emplear para tal efecto. Pienso además que, justo a la par de estos acontecimientos en mi entorno, he tenido encuentros afortunados con literaturas, teorías y estrategias que me han ofrecido los vehículos escriturales apropiados para hilar ciertos temas. Por ejemplo, fue de forma paralela al apogeo de la guerra calderonista que me topé con la escritura conceptual. En esa época, y a través de unas traducciones que Marco Huerta, un poeta amigo mío, realizó sobre sendos ensayos de Vanessa Place y Kenneth Goldsmith, conocí el conceptualismo y me acerqué a la idea de la escritura a través de la apropiación. Posteriormente, a partir del trabajo teórico de Cristina Rivera Garza, me aproximé a lo que ella denomina como poéticas de la desapropiación y necroescrituras. Pienso que cuando uno está indagando sobre un tema se encuentra esta clase de cosas, es decir, creo que he tenido felices hallazgos porque estoy tratando de entender. La violencia ha impactado de manera profunda la vida social de nuestro país y los últimos años de mi vida. Si no encuentro una vía para comprenderla, temo situarme ante la pérdida total de sentido.
Y: Parece que la idea de simultaneidad en este presente nos exige formar una posición muy pronto y tener opiniones rápidamente. ¿Dirías que eso repercute en los modos y los temas para producir poesía?
S: Que sea una repercusión consistente en toda la producción poética no lo creo, pero es posible que ocurra así en algunos casos. Por ejemplo, Ayotzinapa impactó de una forma muy distinta a otros sucesos terribles, igual o más violentos: pienso en los 72, en las fosas de San Fernando, en Villas de Salvárcar, en los feminicidios de Juárez y, a diferencia de estos últimos, en torno a Ayotzinapa ha habido una creación poética mucho más nutrida. Digo, en el 68 también hubo una reacción a través de la escritura, pero quizá lo que pasa es que ahora tenemos medios que nos permiten comunicar y hacer públicas nuestras respuestas inmediatas. Son muchas cosas las que suceden, no sólo en el país, sino en el mundo. Es imposible reaccionar a todas. Por otra parte no estamos obligados a responder a cada una de ellas, pero si alguien siente la necesidad tiene la posibilidad de hacerlo rápidamente. Personalmente voy más por una ruta que no es la de la inmediatez, me gusta poner distancia entre el hecho y la escritura, porque a veces la velocidad, en mi caso, se traduce en visceralidad. Requiero dejar pasar tiempo para entender lo que está ocurriendo y acercarme a través de la escritura. Quizás a otras personas les funciona muy bien una proximidad instantánea, yo me tardo, por lo general, mucho en responder. Me es muy difícil asumir de inmediato una postura y todavía más crear alrededor de un hecho, lo cierto es que tengo que tratar de entenderlo desde varias vías antes de poder abordarlo.
Y: Justamente pensando las redes y los nuevos medios, ¿cómo dirías que eso cambia la manera de construir el campo cultural? ¿Cuáles son los procesos de legitimación que se transforman? ¿Cómo se inserta el escritor?
S: Recuerdo mucho que en un Hay Festival había un par de escritoras jóvenes que parecían escandalizadas con el hecho de que cualquiera pudiera tener acceso a un blog: "¿Pero cómo es eso? Ahora cualquiera va a decir que es escritor". Palabras más, palabras menos, eso fue lo que dijeron. A mí me parece todo lo contrario, me alegra mucho ver que los jóvenes tengan ahora todas estas plataformas para escribir. Con la aparición de los blogs, en efecto, cualquier persona puede tener acceso a escribir lo que se venga en gana: escritura literaria, personal, escrituras en general. Me parece gozoso que estemos en una época en que la gente pueda estar escribiendo más.
En el caso particular de la construcción de una carrera literaria, pienso que todavía estamos bastante atados a atavismos debido a los cuales el escritor tiene que responder a ciertos procedimientos para ser legitimado por una comunidad o por el sistema. Y me gusta mucho que haya jóvenes que se estén saltando todos esos protocolos. Me gusta mucho poder leer poesía de jóvenes, incluso de otros países de habla hispana, a través revistas como tal o de blogs que terminan convirtiéndose en una suerte de revistas porque pueden estar editando y compartiendo todo el tiempo. Creo que gracias a ello me he estado acercando a mucha escritura joven, de México y de otros países. Escrituras que quizás si yo tuviera que esperar a que salieran publicadas en libro o en revista impresa sería más difícil llegar a ellas. Me parece estupendo poder leer a gente que está escribiendo a través de los medios electrónicos. Así que yo espero que esta digitalización de la escritura trastoque lo suficiente el status quo, tanto como para que el protocolo pueda llegar a ser más flexible en un mediano plazo, como para que no sea necesario, no de forma tan solemne y a veces, incluso, sacramental, el hecho de cumplir con determinados requisitos para que alguien pueda ser considerado un escritor. Me parece, por ejemplo, totalmente válido que pueda haber un escritor cuyos textos estén únicamente en la red y no en un libro impreso. Me gustaría que exploráramos más esos derroteros.
Y: ¿En esas configuraciones nuevas de distribución, puede todavía hablarse de literaturas regionales? ¿Ese código sigue funcionando en relación con las redes que se tejen a partir de los medios que mencionas?
S: Creo que quienes escribimos literatura en el norte de México podríamos tener en común ciertos rasgos geográficos relacionados con el tipo de vida urbana que llevamos, pero en estos tiempos y con la facilidad que tenemos de, por ejemplo, leer ahora mismo un poema que alguien acaba de escribir en Argentina, España o cualquier otro país, debería haber mayor apertura a pensarnos globalmente en las escrituras, a través de códigos que no se circunscribieran de manera unívoca a lo regional. Me gustan mucho las antologías que he estado leyendo recientemente porque en ellas puede verse a una poeta de Chihuahua junto a una de Guatemala y una de España. Es importante irnos deshaciendo de los cotos territoriales y ver qué tenemos en común más allá de vivir en una misma zona geográfica, así quizá descubriremos la posibilidad que una poeta de Chihuahua comparta más con una argentina que con una tamaulipeca.
Y: Volviendo a lo que tú haces, compones con las voces de otros y con la apropiación como procedimiento, ¿eso es para ti también una forma de insertarte en la tradición?, ¿en qué medida generas una constelación que permite expandir tu poema hacia otros lados y marcar señales sobre hacia donde estás afincándote?
S: Con Antígona González, sin saberlo, me inscribí a una tradición que yo ignoraba que tuviese tanta raigambre: la reescritura de Antígonas. Cuando hice la revisión teórica descubrí que había una serie de ellas, tanto europeas como latinoamericanas, y creo que si hubiera sabido esto antes de escribir ese libro, me habría embargado el pánico y no me habría considerado capaz de reescribir una más. Incluso actualmente se siguen reescribiendo, supe de una Antígona de una poeta de Juárez que me interesa mucho conseguir.
En cuanto a las estrategias de apropiación, me parecía en ese momento, y me sigue pareciendo, que en el caso específico de la escritura de este libro, estas me podían permitir justamente hacer o nombrar, como lo digo en alguna parte, las voces de las historias que ocurrían. Empleé la apropiación para hacer visibles estas historias, voces, registros y datos. No estaba pensando en suscribirme a una tradición. Simplemente me parecía que esas estrategias me podían permitir una mayor expresividad en el lenguaje para lograr lo que yo quería transmitir. No considero que necesariamente ahora me vaya a convertir en una escritora conceptual como tal, como se pueden definir algunos que sí lo son, como Vanessa Place o Kenneth Goldsmith. Creo que el ejercicio de utilizar las estrategias de escritura conceptual a mí me pareció espléndido y me enriqueció, pero no sé si necesariamente voy a estar adscrita a estas poéticas de manera definitiva o si voy a moverme hacia otras. Ahora mismo pensaría un poco en la postpoesía de Fernández Mallo, en la escritura como un laboratorio.
Y: Hace rato, para hablar de poesía, usabas la imagen de poner una lupa sobre el fragmento, ¿tu búsqueda con el lenguaje tiene la intención de encontrar una unión de fragmentos y llegar a algo total? Cuando terminas el poema, ¿lo concibes como algo clausurado a partir de fragmentos o se queda abierto?
S: Voy más por lo que se queda abierto. En lo que escribo no aspiro en modo alguno a una poesía total, creo más en la escritura que parte de fragmentos y va creando conexiones con todo lo otro, como el libro de Juliana Spahr. Por otra parte, en la escritura y en las lecturas que van apareciendo en el proceso de creación, hay siempre una suerte de azar y de intromisión del presente. Es por eso que veces sentimos que es casualidad que nos topemos con ciertos autores o libros, pero no, no lo es.
No es mi intención crear textos cerrados. Me parece que siempre estoy pensando en revisitarlos, aunque es difícil ya una vez publicados. Antígona González, por ejemplo, fue escrita en dos versiones, la primera fue por encargo para un montaje teatral; era una versión con un poco menos de acompañamiento teórico. Después de que vi la puesta en escena y de comentarios de Cristina Rivera Garza escribí una segunda versión; tal vez si hubiera tenido otra retroalimentación habría escrito una tercera. No creo en los textos como algo terminado, sin embargo, hay un momento en que uno dice, bueno, voy a dejarlo por ahora, quiero escribir sobre otras cosas, y aquello se queda fijado en una versión, en un libro o en una publicación electrónica.
En Autopartes, un proyecto que comencé a escribir con el apoyo de la beca PECDA de Querétaro, trabajé con la nota roja para señalar las transformaciones en el discurso político respecto a la guerra contra el narco con el cambio de sexenio. La idea es poner en evidencia que lo que pretenden borrar o desaparecer desde el discurso, sigue ocurriendo en la realidad. Para ello identifiqué los estados con mayor y menor índice de violencia y recorté fragmentos de la nota roja de cada una de estas entidades, luego efectué una especie de curaduría para construir nuevos cuerpos textuales. Al principio no tenía idea de si lo iba a lograr o no. Finalmente conseguí un borrador que quiero retrabajar. Ahora mi intención es pasar a una segunda fase de co-curaduría. Y es que justo cuando había pensado que ahí terminaba el ejercicio, surgió otra posibilidad: me topé con las poéticas de la desapropiación [con el libro Los muertos indóciles de Cristina Rivera Garza] y la noción de la escritura comunal. Así que pensé: ¿qué pasa si estos textos ya curados los cura alguien más?, ¿hacia dónde iría esa escritura? Hacia desposeerme del texto y ponerlo en manos de otros que lo lleven a otro lugar. Así que no, no estoy pensando en la escritura como algo cerrado en este momento.
Y: Entonces, ¿autora, escritora o curadora?
S: Creo que depende del texto. En los textos de Autopartes me defino como curadora. Me gusta mucho la idea de ver las palabras como objetos, de colocarlas manualmente en el texto. Al respecto platiqué justamente con una curadora y quisiera que ella co-curara uno de estos textos porque me parece que su visión, incluso espacial o físicamente, viendo las palabras como objeto, podría ser algo muy interesante. Pero creo que en otros textos menos experimentales, o más líricos... Porque también surgió la pregunta: y después de esto, ¿voy a poder volver a escribir poesía lírica? Y sí, claro, me siento feliz también escribiendo poesía lírica, aunque ya no es la misma poesía lírica que escribía antes. Algo pasó en el tamiz de todas las estrategias y los ejercicios de exploración. Últimamente he vuelto a escribir poesía lírica, pero es una lírica que no ha salido indemne, como no sale indemne quien regresa después de un viaje o de una guerra. El caso es que soy muy feliz escribiendo poesía lírica también y en este caso sí me definiría como escritora. Creo que las escrituras nos colocan en distintos roles.
Y: Tus textos hablan de violencia…
S: Los últimos, nada más...
Y: Pero la escritura en sí, ¿es un acto violento?
S: Cuando estaba en la búsqueda de textos y testimonios para poder escribir Antígona González hubo mucha violencia. No en el hecho de escribir, ni el hecho de la búsqueda de la información, del acopio de recursos. Había violencia en los textos que tuve que leer; en las notas, por ejemplo, del estado de Chihuahua: la violencia que se ejerce contra el cuerpo de la mujer es terrible, y es violento saberlo y leerlo. Recuerdo mucho el caso de una desconocida que fue encontrada en un solar baldío. En la nota se daba a entender que ya nunca se sabría su identidad. En ese momento me solté a llorar. Era muy violento saber que el cuerpo vulnerado de esa joven permanecerá ya para siempre en el anonimato. La lectura de esas notas fue muy violenta. Ya después, a la hora de escribir, hay una distancia con la información, a la hora de editarla mucho más, y hay un trabajo de posproducción en el que sucede lo mismo. Creo que además que esto último es muy sano, porque me había sido difícil hacer elecciones de carácter estético bajo la vulnerabilidad de la emoción expuesta.
Y: Dices que cuando comenzaste a escribir Antígona González tenías una relación muy poco problemática con el cuerpo, no era un tema para ti, y cuando terminaste de escribirla hubo una transformación ¿La explicas a partir de esta lectura de la violencia ejercida sobre éste?
S: En particular con el cuerpo muerto, nunca sentía una ligazón. Es muy tradicional visitar a los muertos, incluso pensar en la propia muerte y en un fin muy particular para el cuerpo, una tumba, una cripta, pero yo siempre me sentí desapegada tanto de los muertos familiares como de mi cuerpo: “cuando muera, entiérrenme donde sea, en la fosa común o donde sea”, solía decir. Sólo que estos hechos violentos han cambiado incluso la acepción de ciertas palabras. Por ejemplo, ahora digo “fosa común” y la palabra fosa para mí está ligada ya para siempre a las fosas de San Fernando. Ahora me cuesta trabajo pensar mi cuerpo en una fosa común, ya no lo quiero ahí. En el lenguaje cotidiano, cuando uno se enferma de gripa afirma: “siento el cuerpo cortado”. Yo ya no puedo decir eso porque para mí hablar de un cuerpo cortado inmediatamente trae a mi cabeza todos los cuerpos desmembrados, expuestos, dislocados, de esta violencia totalmente expositiva. Ileana Diéguez habla de paraperformatividades. No una performatividad en términos estéticos, sino de aquella en que los grupos criminales plantan una cabeza u otro montaje corporal en sitios públicos con la intención de hacer visible esta ruptura del cuerpo, este cuerpo fragmentado. Me parece que eso se permea en el lenguaje y entonces hay palabras o cosas, por ejemplo el hecho de desaparecer, decir “tengo ganas de desaparecer”…
Y: “Un acto simple”...
S: Y además banal, como un no querer estar aquí. Ya la palabra desaparecer tiene un significado atado a toda esta espiral violenta que ocurre en el país. Justo ahora en Tamaulipas el tema más fuerte es la desaparición, el secuestro. Hacer conscientes todos estos temas a través del lenguaje evidentemente nos cambia; cambia el lenguaje y cambia el tratamiento ético sobre el cuerpo.
Y: Decías hace rato que no te gusta hablar de literatura gay, de literatura femenina, pero ¿dirías que el género permea de alguna forma tu poética?
S: Me acuerdo de una pregunta en una entrevista que me hicieron justamente sobre Antígona González. Me preguntaban sobre todas las mujeres que había detrás de esa Antígona. A modo de respuesta yo les conté que hace ya varios años el hermano de uno de mis mejores amigos fue secuestrado por el crimen organizado, les conté que él lo buscó y lo rastreó durante mucho tiempo. Yo les decía “para mí, él es Antígona”. En este sentido mis escrituras en el presente están más signadas por el hecho de que vivo en Tamaulipas que por el hecho de que sea mujer.
Y: ¿Cuál es tu visión de la poesía joven en México? A veces parece que hay una tendencia fuertemente lírica y que hay pocas estrategias experimentales, ¿cómo explicas este fenómeno?
S: Quisiera que especificáramos, porque lo que yo escribo, en algunos ámbitos, todavía es considerado como poesía joven. Y yo creo, en definitiva, que ya no lo soy. Además, CONACULTA dice que ya no lo soy.
Y: Poesía muy joven...
S: En honor a la verdad he de decirte que es muy reciente mi acercamiento, pero que me da mucho gusto estar leyendo a poetas muy jóvenes. Hace muy poco leía un número que sacó Punto de Partida con doce poetas jóvenes y me dio mucho gusto encontrar a escritoras como Ileana Garma, Tania Carrera y Miréia Aniéva. Creo que no tengo un panorama muy completo aún, estoy buscando antologías, porque me interesa mucho saber qué están escribiendo las generaciones que vienen, y claro, me encantaría ver si hay escritura experimental. En todo caso me gustaría esperar antes de formarme un juicio.
La mesera pregunta si se nos ofrece algo más, porque van a cerrar la cuenta. No, muchas gracias. Cerramos la cuenta y la entrevista al mismo tiempo. Ha dejado de llover.
*Publicada originalmente en Enter Magazine.